Opinión
El mito de la mujer hogareña y recolectora

Cesar Peña *
Durante mucho tiempo se repitió la idea de que en la antigüedad los hombres eran los encargados de cazar y proveer, mientras que las mujeres permanecían en el hogar dedicadas al cuidado de los hijos y a labores secundarias.
Este esquema, que se ajustaba más a los valores de las sociedades patriarcales modernas que a la realidad prehistórica, se instaló como un supuesto incuestionable. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas, antropológicas y etnográficas de las últimas décadas han demostrado que se trata de un mito más que de un hecho comprobado.
La visión rígida de los roles de género en la prehistoria surgió en gran medida a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los arqueólogos e historiadores proyectaron sobre el pasado las normas sociales de su propio tiempo.
En sociedades occidentales, donde el hombre era visto como el proveedor y la mujer como la cuidadora del hogar, se asumió que ese mismo patrón debía ser universal y atemporal. Así nació la figura del “hombre cazador” y la “mujer recolectora y cuidadora”.
Los hallazgos recientes contradicen esa narrativa. En 2020, un estudio publicado en Science Advances analizó enterramientos en los Andes de hace unos 9,000 años. Allí se descubrieron restos de mujeres acompañadas de herramientas de caza mayor, lo que sugiere que ellas también participaban activamente en la cacería de grandes animales.
Asimismo, el estudio de sociedades cazadoras-recolectoras actuales muestra que los roles son mucho más flexibles de lo que se pensaba:
En varios pueblos indígenas de África y América, las mujeres cazan, pescan y recolectan junto con los hombres.
El cuidado de los niños pequeños no es exclusivo de la madre: la comunidad entera participa, incluidos los varones.
Muchas tareas, como procesar alimentos, fabricar herramientas o recolectar plantas, eran fundamentales para la supervivencia y no estaban jerárquicamente subordinadas a la caza.
Lo que antes se veía como “actividad secundaria” —la recolección de frutos, semillas, raíces e insectos, principalmente realizada por mujeres— se reconoce hoy como la fuente principal y más estable de alimentos en muchas comunidades prehistóricas. La caza, aunque importante, era menos constante y más riesgosa. Esto cambia radicalmente la narrativa: las mujeres no eran dependientes de la caza masculina, sino actores centrales en la subsistencia del grupo.
La prehistoria no puede reducirse a un modelo único de división del trabajo. En distintas regiones y épocas, los roles variaban según el entorno, las especies disponibles y la organización social. Lo que sí parece claro es que las mujeres participaron en múltiples ámbitos, incluyendo la caza, la recolección, el procesamiento de alimentos, la manufactura de herramientas y la transmisión de conocimientos.
El mito de la mujer confinada al hogar en la antigüedad responde más a estereotipos modernos que a realidades históricas. La evidencia muestra que las sociedades humanas fueron mucho más colaborativas y menos rígidas de lo que la narrativa tradicional nos hizo creer. Reconocerlo no solo corrige la historia, sino que también abre la puerta a valorar la diversidad de roles y aportes de mujeres y hombres a lo largo de la evolución humana.
- Escritor, periodista, economista y divulgador de la ciencia.