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Opinión

El país que se está quedando sin agua: México y el espejo de Pachuca

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En México, abrir la llave y no ver salir agua dejó de ser una anécdota aislada para convertirse en una realidad cotidiana. Las cifras lo confirman: en las últimas seis décadas, la disponibilidad de agua por persona ha caído más del 68 %, según el Instituto Mexicano para la Competitividad. Hoy, cada mexicano dispone de apenas 3 200 m³ al año, cuando en 1960 eran más de 10 000. Esta caída no solo refleja un cambio climático en curso, sino una gestión hídrica marcada por la falta de planeación, mantenimiento y equidad.

La crisis no distingue regiones, pero golpea con distinta intensidad. Más del 80 % del territorio nacional presenta algún grado de sequía y las principales presas del país operan con un déficit de almacenamiento superior al 25 %. En el campo, los cultivos se marchitan; en las ciudades, los hogares esperan durante días la llegada de una pipa o de un hilo de agua que apenas alcanza para llenar una cubeta.

El problema, sin embargo, no se reduce a la escasez natural. Buena parte del agua disponible se pierde antes de llegar a los hogares: fugas, redes viejas, tomas clandestinas, sobreexplotación de acuíferos y sistemas de distribución colapsados. A ello se suma el crecimiento urbano descontrolado y la poca conciencia social sobre el uso responsable del recurso.

Pachuca: cuando el agua se convierte en privilegio

En Pachuca de Soto, capital del estado de Hidalgo, el drama tiene rostro local. Colonias enteras pasan días sin agua o reciben un líquido turbio, inodoro a veces, pero no incoloro. Según la Comisión de Agua y Alcantarillado de Sistemas Intermunicipales (CAASIM), solo en 2024 se atendieron casi seis mil fugas en la zona metropolitana, un promedio de 50 diarias. A esto se suman más de 150 000 tomas clandestinas detectadas entre Pachuca y municipios conurbados, un reflejo de la falta de control y del creciente descontento social.

Las tuberías que surten a la ciudad tienen, en algunos casos, más de medio siglo de antigüedad. Las fallas eléctricas en los sistemas de bombeo agravan el desabasto, y el crecimiento urbano, con nuevos fraccionamientos y centros comerciales, supera la capacidad de la red hidráulica. El resultado: una distribución desigual del agua, donde algunas zonas gozan de servicio constante mientras otras viven con tinas, tambos y desesperación.

Esta realidad desnuda una verdad incómoda: el acceso al agua se ha convertido en un problema de justicia social. Quienes menos tienen son quienes más padecen los cortes, las fugas y la incertidumbre de no saber cuándo volverá a salir agua del grifo.

No se trata solo de esperar a que llueva. Las soluciones requieren inversión, renovación de infraestructura, medición eficiente de pérdidas, uso de tecnologías de captación pluvial y educación ciudadana. Se necesita también voluntad política: un Estado que trate el agua no como un negocio ni como un trámite burocrático, sino como lo que es: un derecho humano y una necesidad vital.

Pachuca, como México, está a tiempo de revertir el rumbo. Pero el reloj corre, y el agua, literalmente, se escurre entre las manos.

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