Una de las películas más comentadas del año ha sido Frankenstein, escrita y dirigida por el mexicano Guillermo del Toro. Su propuesta, basada en la novela gótica de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada en 1818, obra fundacional de la literatura fantástica y de terror.
La figura monstruosa creada por el doctor Víctor Frankenstein ha cautivado al cine casi desde sus inicios. La primera adaptación cinematográfica de esta obra emblemática fue producida por el propio Thomas Alva Edison y dirigida por J. Searle Dawley en 1910. Se trató de un corto de apenas 13 minutos. Durante mucho tiempo se creyó perdido; no fue sino hasta mediados del siglo XX cuando se recuperó parte del material, y hasta 1970 pudo reconstruirse una versión completa. El filme despliega recursos narrativos sorprendentes para su época. El monstruo, interpretado por Charles Ogle, sigue siendo una creación perturbadora y memorable.
A partir de entonces, Frankenstein y su criatura se convirtieron en figuras recurrentes del imaginario cinematográfico. La historia concebida por Shelley ha fascinado a realizadores y públicos durante más de un siglo. Adaptada, reimaginada o utilizada como base argumental, la novela —una mezcla poderosa entre terror y romanticismo literario— alcanzó con el tiempo una dimensión casi mitológica.
La cinta Frankenstein (Frankenstein: The Man Who Made a Monster, 1931) es, sin duda, la obra que catapultó al monstruo y a su creador a las inmensidades de la cultura popular. Dirigida por el visionario James Whale, presentó al que sería uno de los iconos monstruosos más reconocibles de todos los tiempos: Boris Karloff, quien encarnó a la criatura de cabeza plana y tornillos al cuello, protagonista de una de las escenas más conmovedoras del cine: el juego inocente —y trágico— con una niña a orillas de un lago.
Décadas más tarde, en 1994, se estrenó Frankenstein de Mary Shelley, dirigida por el irlandés Kenneth Branagh. Robert De Niro interpretó a la criatura, y Helena Bonham Carter aportó su aura gótica al relato. Este filme es quizá la adaptación más fiel a la novela original, por momentos intensamente oscura y cruel con sus personajes.
Hoy, con más de 70 millones de espectadores, la versión de Guillermo del Toro demuestra que las críticas negativas no logran mermar su impacto. No es una película que se apoye en el terror como motor narrativo, pero sí retoma con claridad elementos góticos de Shelley: el amor obsesivo, la venganza, lo sobrenatural.
Compararla con las adaptaciones anteriores resulta vano: Del Toro construye un Frankenstein propio, cuidado en cada detalle. Es muy probable que obtenga numerosas nominaciones y premios por parte de las Academias. El vestuario es impecable; la música, compuesta por el francés Alexandre Desplat, es una apuesta segura. Las actuaciones de Oscar Isaac como Víctor Frankenstein y Jacob Elordi como una criatura más humana y vulnerable, son precisas; mientras que Mia Goth —nuestra scream queen contemporánea— consolida su talento con una atinada Elizabeth Lavenza.
El cine inspirado en la literatura gótica vive un renacimiento en los grandes estudios. Comenzamos el año con Nosferatu; a mitad del calendario llegó la versión de Luc Besson de Drácula; y lo cerramos con Frankenstein. Para el próximo año, se anticipan estrenos como Cumbres borrascosas y ¡La novia! —adaptación de La novia de Frankenstein—, lo que confirma que este oscuro y fascinante linaje literario sigue vivo dentro del cine.
