Paradigma

«Gatos invisibles: el maltrato que México no quiere ver»

En México, el maltrato animal es una realidad que muchas veces se oculta tras la costumbre, la ignorancia o simplemente la indiferencia. Aunque los perros suelen recibir más atención en campañas de adopción y rescate, los gatos han sido históricamente invisibles en esta conversación. Su carácter independiente, su capacidad de sobrevivir en la calle y su fama de “autosuficientes” los han condenado, paradójicamente, a un abandono sistemático.

La situación es alarmante. De acuerdo con cifras de organizaciones protectoras de animales, en México hay más de 25 millones de perros y gatos en situación de calle. Aunque no hay datos exactos desglosados por especie, los refugios reportan un creciente abandono de gatos, especialmente tras la pandemia. Muchos fueron adquiridos como “mascotas de encierro” y, al volver la rutina, simplemente fueron dejados a su suerte.

A diferencia de los perros, los gatos son menos propensos a recibir ayuda en la calle. Se les ve como plagas, como animales salvajes o portadores de enfermedades. Hay colonias enteras que los rechazan, los envenenan o los ahuyentan violentamente. Este tipo de violencia silenciosa y continua es una forma grave de maltrato que rara vez se denuncia o se castiga. Y peor aún: no se previene.

Una de las acciones más efectivas para combatir esta problemática es la esterilización. Sin embargo, aún existe un gran desconocimiento y rechazo hacia este procedimiento, sobre todo en zonas rurales o marginadas. Se cree erróneamente que los animales “pierden su esencia” o “se enferman más” si se les esteriliza. Esta visión antropocéntrica y mal informada ha provocado que las camadas indeseadas se multipliquen sin control.

La esterilización no solo previene la sobrepoblación, sino que también mejora la salud de los animales, disminuye comportamientos agresivos, y en el caso de los gatos, reduce la incidencia de enfermedades como el cáncer mamario o infecciones uterinas. Además, limita la reproducción en la calle, donde la mayoría de las crías no sobrevive, o lo hace en condiciones de maltrato, abandono y hambre.

Pero no basta con esterilizar. Necesitamos reeducarnos como sociedad. El respeto por la vida animal no puede ser solo una moda o un discurso en redes sociales. Requiere un cambio profundo en los valores que enseñamos en casa, en la escuela y en la comunidad. Es urgente formar a las nuevas generaciones en la empatía, el respeto a la vida y la compasión. Los animales no son objetos, ni entretenimiento, ni recursos descartables. Son seres sintientes.

En este contexto, los gobiernos locales también tienen una gran deuda. A pesar de que en 2014 se reconoció legalmente a los animales como “seres sintientes” en la Ciudad de México, la aplicación de las leyes sigue siendo débil. Las campañas de esterilización son escasas, mal organizadas o mal difundidas. Y peor aún: los castigos por maltrato animal rara vez se ejecutan. La impunidad envía un mensaje claro: maltratar a un gato o a un perro no tiene consecuencias.

Las asociaciones civiles hacen lo que pueden, muchas veces con recursos limitados y enfrentando la indiferencia institucional. Sin embargo, no deberían ser ellas las únicas responsables. El problema del maltrato y abandono animal en México es estructural, y como tal, requiere una respuesta desde todos los frentes: educación, salud pública, legislación, y sobre todo, un cambio cultural.

¿Qué podemos hacer como ciudadanos? Mucho más de lo que creemos. Desde esterilizar a nuestros animales de compañía, hasta apoyar campañas locales, adoptar en lugar de comprar, y denunciar el maltrato cuando lo veamos. Pero lo más importante: educar. Enseñar a los niños que un gato no es un juguete, que no se le patea, que no se le echa agua hirviendo, que no se le abandona cuando crece o deja de “divertir”. Esa educación en valores es la única vacuna verdadera contra el maltrato.

En particular, los gatos necesitan una nueva narrativa. Dejar de ser vistos como animales fríos o prescindibles. Quienes conviven con ellos saben que su cariño es sutil pero profundo, que su lealtad es real aunque no sea ruidosa. Son compañeros silenciosos pero sensibles, inteligentes y capaces de formar vínculos intensos con sus humanos.

Es tiempo de mirar a los gatos con otros ojos. De ver en ellos no un problema, sino una oportunidad de mostrar que podemos construir una sociedad más justa y empática. Porque la forma en que tratamos a los más vulnerables —humanos o animales— dice más de nosotros que cualquier discurso político o campaña publicitaria.

México no puede seguir siendo un país donde el maltrato animal es parte del paisaje urbano. Necesitamos políticas públicas claras, educación con enfoque en el respeto animal y una ciudadanía activa que se niegue a ser cómplice del abandono. Porque cada gato que muere atropellado, envenenado o solo en la calle, es un reflejo de lo que aún nos falta como sociedad.

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