Durante muchos años hemos disfrutado de las mieles de los avances tecnológicos. Cada vez nos encontramos con dispositivos “más inteligentes” que vienen a resolvernos la vida: nuestro teléfono móvil guarda todo tipo de redes sociales y servicios de streaming que recopilan y seleccionan contenido que se ajusta completamente a nosotros.
Hemos hablado de que la tecnología nos ayuda a democratizar la cultura y el conocimiento, y podemos acceder a esta información en cualquier parte del mundo y a la hora que nosotros queremos. Además, nos proporciona el “poder” de elegir lo que queremos consumir y la forma en que lo hacemos, pero, ¿en realidad tenemos ese control?
El algoritmo de las redes y las plataformas se encarga de conocernos, de saber nuestros gustos e intereses y hasta nuestras rutinas de consumo. Por lo tanto, se encarga de “recomendarnos” qué ver, qué escuchar y a qué hora hacerlo, además de acercarnos a personas que “podríamos conocer”.
¿Qué pasa cuando este “curador personal de contenido” nos convierte en esclavos de sus recomendaciones?
Entre más consumimos, más nos sumergimos en un espiral del que es difícil escapar. Lo que antes se presentaba como innovador y gratificante al descubrir nuevos creadores, se vuelve repetitivo y monótono: todo se ve igual y suena igual.
Recientemente, nos hemos encontrado en redes sociales con un trend que presenta a las nuevas generaciones «redescubriendo» los viejos dispositivos. Lo que podría parecer una moda excéntrica o nostálgica se está convirtiendo, en realidad, en un movimiento contracultural que busca recuperar el control de la vida digital. Este anhelo es palpable, de acuerdo a la publicación “La desconexión digital, la nueva tendencia entre los jóvenes” de la revista IPMARK, en la que habla sobre el “detox digital”, el 75% de los jóvenes se ha planteado reducir su uso del móvil, y hasta un 12% ha optado por cambiar su smartphone por un teléfono sin conexión a internet, los llamados dumbphones.
Los reproductores de música, como el iPod, se han popularizado una vez más. Los vinilos son de nuevo una opción para escuchar a nuestros artistas favoritos. Las cámaras analógicas nos permiten tomar fotografías más “honestas”, sin filtros ni correcciones digitales. Como describe el diario El Sol de México, esta es la «rebelión de los objetos ‘tontos'», una reacción consciente y materializada a la sobrecarga digital. Estos actos son la materialización de la búsqueda de autonomía.
Este deseo encuentra eco en autores como Cal Newport, quien en su libro Digital Minimalism retrata la filosofía de utilizar la tecnología intencionalmente para que sirva a nuestros valores y necesidades, en lugar de dejar que controle nuestro tiempo. Porque más allá de la pérdida de control, el vivir constantemente conectado a contenido optimizado y personalizado puede debilitar nuestro diálogo interno y nuestra capacidad crítica. En un mundo tecnológico que clama por nuestra atención constante, la desconexión se presenta como un acto de libertad y, quizás, la última frontera para reencontrarnos con nosotros mismos
