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Opinión

IA en las aulas: ¿Aliada o sustituta del aprendizaje humano?

Publicado

el

Rosalía Guerrero Escudero

En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una curiosidad tecnológica a convertirse en una herramienta presente en muchos aspectos de nuestra vida. Hay elementos de la IA que ni cuenta nos damos que estamos aplicando, desde las búsquedas simples que hacemos desde nuestro navegador, hasta toda nuestra información que se va recopilando y que nos provee de recomendaciones enfocadas en nuestros gustos.

Pero la gran pregunta hoy, que la IA ha llegado hasta las aulas es: ¿Puede la IA sustituir las clases o más bien actuar como una compañera de trabajo de los docentes?

Recientemente analizamos, junto a un grupo de investigadores de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, cómo perciben estudiantes y docentes el uso de la IA en la educación. El estudio, que incluyó a usuarios de herramientas como ChatGPT y otros sistemas adaptativos, arroja datos muy reveladores: la mayoría de los estudiantes ven en la IA una oportunidad para aprender a su propio ritmo y con explicaciones personalizadas. Para ellos, los chatbots son como “profesores de guardia” disponibles 24/7, útiles para resolver dudas fuera del horario de clase y profundizar en temas difíciles.

Por otro lado, los docentes reconocen que la IA puede liberarles de tareas repetitivas —como la revisión de ejercicios mecánicos o la organización de materiales— para centrarse en actividades más creativas. Sin embargo, no todo son aplausos: persiste una preocupación sobre cómo la IA podría afectar el desarrollo de habilidades humanas esenciales como la argumentación, la empatía y el pensamiento crítico. Estas competencias, recuerdan los profesores, se cultivan sobre todo en la interacción cara a cara y en la construcción de significados en comunidad.

El debate no es solo técnico, sino profundamente humano. La teoría de la interacción simbólica, por ejemplo, sostiene que la comunicación y el aprendizaje dependen de la negociación constante de significados en un contexto social. Y, aunque los algoritmos pueden procesar grandes volúmenes de información, aún están lejos de interpretar matices culturales o emocionales con la sensibilidad que aporta una conversación humana.

Además, hay cuestiones éticas que no podemos pasar por alto: el sesgo en los algoritmos, la privacidad de los datos, la fiabilidad de la información y el riesgo de dependencia tecnológica. Los especialistas insisten en que la clave está en encontrar un equilibrio: la IA debe ser un complemento valioso, pero nunca un sustituto total de la enseñanza humana.

Esto nos lleva a pensar en un nuevo modelo educativo donde la IA actúe como una extensión de nuestras capacidades —tal como plantea Pierre Lévy en su concepto de “inteligencia colectiva”—, y donde estudiantes, docentes y tecnología trabajen juntos para ampliar el acceso al conocimiento y fomentar la colaboración.

La educación, al fin y al cabo, no es solo transmisión de datos, sino también el arte de formar ciudadanos críticos, creativos y empáticos. Y en eso, la chispa humana sigue siendo insustituible.

Entonces, la pregunta queda abierta para ti, lector: ¿estamos preparados para integrar la inteligencia artificial en nuestras aulas de manera que potencie, y no reemplace, lo más humano de la educación?

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