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Opinión

“La ilusión de conexión en tiempos de algoritmos.”

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La nueva función “Chats con IA” de WhatsApp permite a los usuarios crear conversaciones con personajes ficticios, terapeutas simulados o parejas virtuales. ¿Qué implica esto para nuestra capacidad crítica y nuestra relación con lo humano?

WhatsApp, una de las aplicaciones más utilizadas del mundo, ha lanzado recientemente una función llamada “Chats con IA”, que permite crear personajes con los que puedes interactuar como si se tratara de un amigo, pareja o incluso un terapeuta. En apariencia es solo una novedad curiosa y divertida, sin embargo, esta tendencia revela una transformación profunda en nuestra relación con la tecnología: estamos comenzando a tratar a la inteligencia artificial como una persona.

Desde conversaciones románticas con novios virtuales hasta consultas simuladas con “psicólogos IA”, miles de usuarios comienzan a buscar en estas interacciones no solo información, sino afecto, consuelo y guía. Pero en esta aparente conexión humana, se esconde un riesgo: confundir una respuesta programada con una verdad absoluta, y reemplazar el encuentro humano con una simulación.

En palabras del filósofo Byung-Chul Han, “la digitalización del mundo está creando una nueva forma de soledad: una hiperconexión sin alteridad verdadera”.

La alteridad es en sí, la idea de ver al otro, no desde una perspectiva propia, sino teniendo en cuenta creencias y conocimientos propios sobre el otro, creando una idealización profunda de algo que solo es un algoritmo de búsqueda.

Hablamos más, pero escuchamos menos; recibimos respuestas, pero no cuestionamos su origen ni su intención.

Uno de los desafíos más peligrosos que plantea esta interacción constante con sistemas inteligentes es la pérdida gradual del pensamiento crítico. Cuando un chat automatizado responde con claridad, tono empático y lenguaje humano, es fácil caer en la trampa de asumir que “sabe más que nosotros” o que todo lo que plantea es la verdad absoluta.

De igual manera una de las tendencias más preocupantes es que, al hacer que las IA se expresen como personas, estamos encaminando a las nuevas generaciones a relacionarse con lo no humano como si fuera suficiente. Es más fácil conversar con una inteligencia artificial que con alguien que piensa distinto. Es más cómodo hablar con alguien programado para decirte lo que quieres oír que con un ser humano real, que a veces te contradice, te confronta, te transforma.

Byung-Chul Han escribe que “la sociedad actual tiende a eliminar lo otro, lo incómodo, lo distinto. Lo digital es el imperio de lo igual”. ¿Y qué hay más igual que una inteligencia artificial diseñada para complacer? En ese sentido, las relaciones simuladas no solo son un consuelo artificial, sino también un empobrecimiento de la interacción social: nos enseñan a no tolerar la complejidad del otro.

Esto no significa que debamos estigmatizar la tecnología. De hecho, las IA conversacionales bien utilizadas pueden tener aplicaciones valiosas: apoyo emocional básico, orientación educativa, entrenamiento en habilidades sociales o detección preliminar de estados anímicos preocupantes.

La inteligencia artificial ha llegado para quedarse, y su presencia en nuestras conversaciones más íntimas es apenas el comienzo. Podemos hablar con ella, confiarle secretos, pedirle consejos, e incluso imaginar que nos comprende. Pero no podemos olvidar que, por más perfecta que parezca su respuesta, no tiene características humanas como pensar, sentir o amar.

En un mundo donde cada vez es más fácil hablar con una máquina que con otro ser humano, donde buscamos consuelo en lo programado y guía en lo predecible, tal vez la pregunta ya no sea qué puede hacer la IA por nosotros, sino algo mucho más urgente:

¿Qué estamos dejando de ser cuando preferimos hablar con una máquina antes que con otro ser humano?

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