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Opinión

Lo que creo no es lo único que existe

Publicado

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Salón Regio

Daniel Fragoso Torres

No sé si lo leí en un libro de Fadanelli o si tal vez esto sea una invención de alguien más, pero el caso es que en Timeo, Platón dice que el tiempo está huyendo siempre y que su ser fugitivo es una imagen de la eternidad. Supongo que el filósofo se refiere a que el tiempo es algo que está en movimiento perpetuo, que es fugaz. No me resulta extraño que sitúe este mismo concepto con la poca o nula influencia que solemos tener sobre la crítica al permanecer como un túnel donde atraviesa el tiempo.

Quizá por pertenencia social o por odio acumulado, solemos ser los mejores criticando, sin embargo, no somos buenos recibiendo las críticas de los demás. Aprender la diferencia suele ser una actividad que dura lo que dura la vida. Sin embargo, ejercemos el acto de aventar la piedra y esconder la mano, o mejor dicho, de arrojar el adjetivo (calificativo, despectivo o descriptivo) y voltear, escondernos, escapar detrás de los argumentos cuando el boomerang de la existencia nos golpea.

La necesidad de supervivencia y adaptación nos permite identificar peligros, oportunidades, recursos y amenazas. Nos dibuja, instintivamente, un mapa de ruta para ir por el camino de la moral y de la ética, y estar en el camino, nuevamente, de la calificación, de lo correcto o de lo incorrecto. Pero lo que para mí es correcto, seguramente no lo será para la colectividad. El resultado del juicio personal, de lo que observo y creo que observo, de lo que comprendo que sucede, no es lo único que existe.

Parafraseando a Carballo: el crítico es una figura molesta pero necesaria. Su papel se presta más a la censura que al elogio. “Y es natural, el crítico es el aguafiestas, el villano de película del Oeste, el resentido, el amargado, el ogro y la bruja de los cuentos de niños… el maniático, el doctor Jekyll y Míster Hyde: en pocas palabras, el que exige a los demás que se arriesguen mientras él mira los toros desde la barrera. Si lo anterior fuese cierto, el oficio del crítico estaría más próximo al mundo de la delincuencia que a la ley de responsabilidades. Y yo creo que la crítica es (o debería ser) una profesión como otra cualquiera, con sus derechos y obligaciones.

El crítico tiene el compromiso de probar que sus juicios son correctos, que no habla de memoria sino que, por el contrario, sus ideas están respaldadas por la realidad estética de la obra que analiza. Por otra parte, tiene el derecho de decir lo que piensa tal como lo piensa, sin eufemismos, sin presiones, en voz alta y con toda la boca. Si yerra, que las letras mexicanas se lo reprochen; si acierta, que aplacen su sentencia de muerte y lo dejen vivir en paz sus contados días”.

Estas apreciaciones me conducen a recordar un artículo de Ray Loriga, y asociar sus comentarios a mi asombro, no tan humilde, ante la costumbre de estrellarlo todo: las películas, los libros, las cenas, los amores, los comentarios en la web, las redes sociales… En estos días, al parecer, nada ni nadie se escapa de los like y los favoritos. Cinco, cuatro, ninguna estrella, como si tuviese uno que ponerle calificación a todo o recibir la aprobación permanente de lo que se piensa o de cómo se actúa.

Sin embargo, en tanto aprendemos a vivir o eludir la crítica; en lo que sucede algo más, expresamos nuestra opinión, ponderando y ponderándonos, preparándonos para sobrevivir al invierno, porque el tiempo, como decía Platón, sigue huyendo. 

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