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Opinión

Los gatos, esos pequeños tiranos adorables

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Dicen que los gatos no tienen dueños, sino empleados. Y basta convivir con uno para entenderlo. Su andar silencioso, su mirada evaluadora y ese aire de independencia calculada los convierten en una mezcla perfecta entre diva y filósofo. Pero detrás de su aparente indiferencia se esconde un animal mucho más complejo  y curioso de lo que parece.

Durante siglos, los gatos han sabido ocupar un lugar privilegiado en nuestras vidas. En el Antiguo Egipto se los veneraba; hoy gobiernan nuestras casas y nuestras redes sociales con la misma autoridad con la que Bastet reinaba en los templos. La diferencia es que ahora lo hacen desde el sofá, con un ronroneo que suena más a triunfo que a afecto.

El ronroneo, por cierto, no es solo una muestra de placer. Diversos estudios han comprobado que las vibraciones que producen —entre 25 y 150 hercios— tienen efectos terapéuticos: pueden favorecer la cicatrización ósea y aliviar el estrés. Mientras nosotros necesitamos meditación guiada, ellos simplemente vibran.

Sus bigotes, por otra parte, son auténticos sensores de precisión. Les permiten medir espacios, percibir corrientes de aire y moverse con una elegancia que ni los drones más avanzados podrían imitar. Y aunque pasen el 70% del día durmiendo, cuando despiertan parecen recordar que, en su ADN, aún habita el cazador sigiloso que acechaba en los campos hace miles de años.

Lo curioso es que el gato, a diferencia del perro, ha decidido no domesticarse del todo. Vive con nosotros, sí, pero no para nosotros. Maúlla solo para comunicarse con los humanos —entre ellos prefieren el silencio— y mantiene esa dosis de misterio que nos obliga a intentar descifrarlo sin éxito.

Quizá por eso nos fascinan tanto. Porque el gato no se entrega: se permite. Nos concede su presencia como un privilegio, no como un derecho. Y nosotros, encantados, aceptamos el trato. Al fin y al cabo, en cada hogar donde hay un gato, hay un pequeño reino donde el ser humano paga tributo con croquetas y caricias.

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