Opinión
Contaminación del plástico en México

En México, el plástico se ha convertido en un invitado permanente: ligero, barato, omnipresente… y casi imposible de despedir. Cada día, millones de empaques, botellas, bolsas y envolturas circulan por nuestras manos con una fugacidad que contrasta brutalmente con su longevidad en el ambiente. Ese vaso de café que usamos por diez minutos puede durar siglos. La ecuación es tan absurda como alarmante, pero ahí sigue, repitiéndose a diario.
Aunque en años recientes muchas ciudades mexicanas han impulsado prohibiciones o restricciones a los plásticos de un solo uso, la realidad es que el país continúa generando montañas de residuos que superan, con mucho, la capacidad de gestión. No se trata solo de un problema de consumo: es también una falla estructural en la forma en que producimos, desechamos y reciclamos. Porque en México, el reciclaje todavía es una excepción, no la regla.
Los basureros a cielo abierto y los rellenos sanitarios saturados son testigos silenciosos de esta crisis. Pero quizá las imágenes más contundentes provienen de nuestros ríos y costas. Playas donde las olas arrastran más botellas que conchas; manglares que deberían ser refugios de biodiversidad y que hoy lucen atrapados en mallas de basura. El plástico, ese invento extraordinario del siglo XX, se ha convertido en uno de los mayores lastres del XXI.
La responsabilidad es compartida, pero no equitativa. El consumidor final suele cargar con la culpa simbólica, mientras que la industria sigue produciendo sin cambiar de fondo sus modelos. Las empresas que inundan el mercado mexicano de envases de un solo uso han avanzado a paso lento hacia alternativas realmente sostenibles. Y el Estado, por su parte, enfrenta una brecha enorme entre legislar y hacer cumplir las normas.
Sin embargo, no todo está perdido. En diversas comunidades del país, organizaciones, universidades y ciudadanos han empezado a demostrar que existen caminos posibles: sistemas de retorno, puntos de acopio locales, negocios libres de plástico, proyectos de economía circular e incluso innovaciones basadas en materiales biodegradables. La transformación ocurre, aunque todavía no a la escala que requiere la emergencia ambiental.
Pensar que el plástico es solo un problema de hábitos individuales es minimizar el desafío. La contaminación plástica es, en esencia, un problema de diseño y de política pública. Requiere valentía para regular a las grandes empresas, inversión seria en infraestructura y una visión de país que entienda que el desarrollo no puede seguir sustentándose en lo desechable.
México tiene la oportunidad —y la urgencia— de replantear su relación con el plástico. Porque cada envase que evitamos, cada política bien implementada y cada innovación adoptada es un paso menos hacia un futuro dominado por montañas de basura. La pregunta es si sabremos tomar ese camino antes de que el plástico termine, literalmente, por rebasarnos.







