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Opinión

La pandemia del corazón: cuando la salud emocional es la emergencia mundial que nadie quiere ver

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Hoy nos despertamos cada mañana como si nada pasara…pero pasa todo.
Las estadísticas de ansiedad, depresión, violencia y soledad se disparan en silencio.
Las personas sobreviven en automático. Las emociones duelen sin permiso.
Y lo más grave: la indiferencia se volvió costumbre.

Vivimos en un tiempo donde la velocidad manda. No hay espacio para detenernos a sentir ni para preguntarnos si estamos bien de verdad. Se nos educó para producir y competir, no para acompañarnos. Las grandes ciudades han llegado a considerar la expresión emocional como una invasión al tiempo del otro; compartir lo que sentimos es visto casi como falta de tacto o amenaza al individualismo que se glorifica como éxito.
La pandemia invisible
La salud mental se deteriora más rápido que la economía, más alta que cualquier tasa de contagio viral. La investigación contemporánea ha mostrado un aumento alarmante de la violencia, impulsividad, depresión y ansiedad en niños, jóvenes y adultos. Todo indica que hemos perdido la brújula del sentir y, con ella, la capacidad de frenar nuestros impulsos y gestionar nuestras relaciones humanas.
Estamos frente a una crisis emocional global que no se mide con pruebas de laboratorio: se mide en el llanto que escondemos, en las noches sin dormir, en la falta de abrazos y conversaciones profundas, en miradas que evitan el contacto humano para no verse vulnerables.
Ser humanos: una tarea pendiente
Las emociones no son un accesorio ni un lujo evolutivo: son la raíz que nos mantiene vivos. La capacidad de llorar, reír, extrañar, sentir miedo o esperanza es lo que nos conecta con nuestra historia y con los demás. Así reaccionamos frente al mundo. Así recordamos quiénes somos.
Pero algo se ha roto:
El pensamiento y la emoción se separaron. Intentamos una vida racional sin corazón. Y así, la salud emocional se volvió obsoleta en una sociedad que idolatra la razón y desprecia la sensibilidad.
Sin embargo, sabemos lo que ocurre cuando el corazón sufre: la mente también se daña.
La emoción altera nuestra percepción, conducta, la manera de explicarnos la vida. No hay aprendizaje ni decisión sin una emoción detrás.
La herida de la comunidad
Dejamos de ser tribu. Dejamos de ser refugio.
Nos desligamos de la responsabilidad de cuidar al otro.
La falta de sensibilidad hacia las necesidades y angustias ajenas se ha vuelto un síntoma generalizado. Y ahí está el verdadero peligro: cuando nadie escucha, el dolor se radicaliza. En una sociedad donde todo se vuelve competencia, el otro se convierte en amenaza. Y así, la soledad se normaliza.
¡Necesitamos recuperar la confianza como forma de protección emocional!
¡Necesitamos personas que quieran y sepan acompañar!
¡Necesitamos re-humanizarnos: mirar a los ojos y ver lo que hay detrás!
La responsabilidad de existir emocionalmente
“No podemos dejar al azar la educación emocional”
Es urgente entender las emociones, reconocer lo que nos pasa, administrar lo que sentimos y ayudar a los demás a hacerlo. La evidencia es clara: si no se desarrollan las habilidades emocionales, crece el riesgo de que la vida se llene de violencia, adicciones, vacío y desesperanza.
Y aquí viene la propuesta más sencilla y más profunda:
Volver a ser comunidad. Volver al abrazo que cura, al “¿cómo estás?” que no sea protocolo, a la escucha sin prisa, al acompañamiento sin juicio.
Porque cuando tocamos el alma de alguien con
respeto, validamos lo que siente, y cuando estamos ahí… una vida se salva.
Un llamado urgente
Esta es la pandemia del siglo XXI:
-Corazones enfermos de silencio.
-Mentes saturadas de miedo.
-Niños y adultos sin lenguaje para su propio dolor.
Pero también es la gran oportunidad para recordarnos que:
• Ser humano es sentir, y sentir es un acto colectivo.
• Nadie sana solo.
• La salud emocional es un derecho y también un compromiso compartido.

• Detenernos un momento puede ser la diferencia entre perder a alguien y salvarlo.

• Escuchar sin juicio puede salvar un mañana.

• Acompañar sin soluciones puede sostener una vida completa.
Que el mundo nos encuentre sensibles, no dormidos. Presentes, no indolentes. Humanos, no ausentes.
Porque la emoción es la brújula que nos regresa a casa, y cuidar el corazón del otro
es el acto más urgente de amor social que este tiempo necesita.
Rosaura Guadalupe Cerecedo Cajica

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