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Opinión

La epidemia de Matlazáhuatl en Nueva España

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Litografía. La virgen de Guadalupe intercede en la epidemia del Matlazáhuatl de 1737.

En 1736, la sociedad de la Nueva España afrontó una de muchas calamidades que solían presentarse: la epidemia del Matlazáhuatl. La historia, según los expertos como la doctora América Molina del Villar, inició en agosto de 1736 entre los trabajadores de una empresa de obraje de Tacuba, en la Ciudad de México, se contagiaron de una enfermedad poco conocida, que tan solo unos meses más tarde se convirtió en una de las epidemias más devastadoras de la historia de la Nueva España.

Los mismos síntomas entre la población ya se habían presentado en la Nueva España, pero en épocas diferentes, primero entre 1575 y luego en 1696. Desde entonces, a este padecimiento se le había puesto el nombre de Matlazáhuatl, nombre de origen náhuatl que significa red de erupción de granos. Este nombre, que fue puesto por los habitantes autóctonos del “Nuevo Mundo”, pretendía reflejar parte de la sintomatología de la enfermedad, que además era acompañada por dolor de cabeza, escalofríos, fiebre, reumatismo, disentería, falta de apetito, vómito, bubas en cuello e ingles, hemorragia nasal, y delirios.

En pocos meses, la enfermedad se expandió por todo el territorio central de la Nueva España, alcanzando poblados y ciudades como las de Puebla, Tlaxcala, Toluca, Cuernavaca, Querétaro, Dolores, Tula y San Juan del Río, algo que dejó desconcertados a los médicos de la época. Para enfrentar la enfermedad, los médicos se dieron a la tarea de perfilar una profilaxis, muy similar a otras epidemias que habían asolado a la Nueva España en los inicios del siglo XVI, como la del sarampión o la viruela. Sin embargo, ante la virulencia de la enfermedad poco pudieron hacer, pues entre los contagiados había, sobre todo, médicos y religiosos que se habían dado a la tarea de ayudar a los enfermos.

En aquella época, los médicos consideraban que el Matlazáhuatl, era una especie de fiebre tifoidea, muy común en España. En el siglo XIX, se pensó que la enfermedad era una mezcla. Actualmente se piensa que era una variante de la peste, por lo que el contagio debió expandirse debido a la picadura de piojos y pulgas que también vivían entre las ratas. Esto no era algo extraño, la higiene de la época era muy distinta a la actual. De hecho, las personas solían estar infestadas de piojos, mismos que también se encontraban entre la tela de la ropa y de las telas que se encontraban dentro de las viviendas, por ello resulta convincente la explicación de la doctora América Molina del Villar, para quien la epidemia se originó dentro del obraje, porque estaba dedicada a la manufactura de lana.

Pero la insalubridad y el conocimiento científico de la época no permitieron contener de forma adecuada la enfermedad. Respecto de la primera cuestión, hay que mencionar que la ciudad solía estar infestada de roedores, los cuales poblaban a sus anchas muchos comercios, mientras que, por otra parte, el baño diario y el cambio de ropa no eran usuales. En la intimidad o en el espacio público, los desechos fecales y de orina, se arrojaban a las acequias y canales de la Ciudad de México, mientras que en las fábricas y entre las clases sociales de menor poder económico, el hacinamiento y la mala alimentación eran cosa de todos los días.

Como se pensaba que el Matlazáhuatl provenía de los vapores, las personas limpiaban el aire con luminarias perfumadas, azufre, sahumerios, vinagre, flor de limón, agua rosada y hasta pólvora. Entre otros remedios, no faltaron las curaciones milagrosas, obra de la divinidad, o bien, de la brujería y los amuletos. Algo entendible, dada la mortalidad de la enfermedad, que afectó a distintos estratos sociales de la Nueva España. Hacia 1739, el rey de España ya había decretado varios cambios en la sanidad pública y, sin embargo, entre los ciudadanos, existía la creencia de que la peste terminó por solicitar a la Virgen de Guadalupe su intercesión ante Dios para apaciguar o extinguir la enfermedad.

Nota: Para más información, sugiero revisar la tesis de doctorado de América Molina del Villar.

Lic. Carlos A. Carrillo Galicia

Licenciado en Historia de México y estudiante de la Maestría en Historia, ambas en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH). Actualmente ocupa el cargo de instructor de Historia, Filosofía y Literatura en el Centro de Educación Continua y a Distancia (CECyD-UAEH), así como la presidencia de la Asociación de Historiadores Egresados de la UAEH.

Facebook: @histcarloscarrillo                Correo: hist.carlos.a.c.g@gmail.com 

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