Opinión
La mujer en Nueva España


Retrato de María Josefa Tobio y Estrada. Óleo sobre tela, 1788. Museo Franz Mayer.
Lo que conocemos como el Virreinato de la Nueva España, que hoy en día abarca parte del territorio de México, tuvo una duración aproximada de trescientos años, es decir, de 1521 a 1821. Durante ese largo período de tiempo, las condiciones socioculturales de las mujeres tuvieron variaciones añadidas a las que ya tenían por el puro hecho de serlo. Entre esas variaciones en su condición de vida, se yuxtaponían la clase social, la etnia, su genealogía, su condición de mujer casada o soltera y lo que hoy en día podríamos considerar como su “profesión” u “oficio”. De ese modo, es complicado definir cómo era la vida de una sola mujer en esa época en la generalidad.
Sin embargo, diversos investigadores e investigadores, especialmente durante los últimos veinte años, han abierto el camino del género en los estudios históricos, lo que ha provocado un mayor conocimiento de la situación de las mujeres en la Nueva España. Para comenzar, algunas cifras aproximadas: en 1521, unos pocos años antes y unos pocos años después, la cifra de mujeres nativas se aproximaba a la cifra de 12 millones, en el siglo siguiente, en el XVII, la cifra descendió hasta 600, 000 aproximadamente.
Ahora bien, respecto de la relación de las mujeres con los hombres, casi siempre, especialmente si eran de origen nativo, fue desventajosa. Durante la encomienda indiana (después repartimiento) se acusó a muchos españoles de devolver menor número de mujeres, pues tenían la costumbre de apropiárselas. Los hombres nativos, la nobleza indígena, como les llamaban los españoles, tenía el “privilegio” de poder tener relaciones con varias mujeres, eran poligámicos. Pero cuándo se implantó el régimen de la Iglesia católica, todo eso cambió.
Por lo menos en la estructura de la religión, la monogamia se impuso. Sin embargo, ante la caída abrupta de la cantidad de mujeres, las solteras eran codiciadas. Ello no se limitaba a las mujeres nativas, sino también a las españolas que fueron llegando durante el transcurso de los trescientos años, desde la península ibérica hasta la Nueva España. Desde que una mujer era desposada ante la ley y ante Dios, sin importar su edad, se convertía en señora. La conducta, por supuesto influida totalmente por la moralidad religiosa, exigía de ellas severas normas de conducta y modales, por medio de los cuales acreditaba su origen o superioridad ante otras mujeres.
Como muchos investigadores han sostenido, no es ninguna sorpresa que el enclaustramiento fuera algo deseable, parar educar a las mujeres, sobre todo las de un estrato socioeconómico alto, en las reglas que debía de seguir, tanto en su soltería como cuando fuera desposada, además de recibir instrucción como la lectura y la escritura. Muy diferente era el modo de vivir de las sirvientas, las esclavas o las trabajadoras en general, quienes tenían más libertad en algunos aspectos, como en las reuniones en el mercado, pero cuya “libertad” se pagaba siendo no más que un objeto que podía cambiar de propiedad. Pero, justamente aquellas mujeres que estaban bajo el rigor de la religión, utilizaban el pretexto de ir a la Iglesia para poder salir de su espacio en el que habitaban siempre.
En un período en el que el honor y el abolengo de la mujer era un medio de distinción social, y donde la sociedad en sí misma era liderada por hombres, se debe valorar con prudencia las acciones de las mujeres. El rigor moral bajo el que se encontraban no debe causar ceguera en las investigaciones, y tal como se explica en el libro Las mujeres en la Nueva España: educación y vida cotidiana, el abandono del esposo era común, por lo que para salvaguardar su honor, muchas mujeres recurrieron al abandono de sus hijos, ya fuera por pretender seguir siendo solteras o porque la situación económica las apresuraba.
Lic. Carlos A. Carrillo Galicia
Licenciado en Historia de México y estudiante de la Maestría en Historia, ambas en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH). Actualmente ocupa el cargo de instructor de Historia, Filosofía y Literatura en el Centro de Educación Continua y a Distancia (CECyD-UAEH), así como la presidencia de la Asociación de Historiadores Egresados de la UAEH.
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