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Los horrores del Concilio «cadavérico»

César Peña
Pachuca, 2 de marzo.- La brutalidad con que escribió la historia la Iglesia Católica puede entenderse a la luz de cada acto que realizó, no sólo con los feligreses, sino entre la misma cúpula vaticana. Los horrores del Concilio «cadavérico», dan una idea de lo que fue capaz este culto hasta contra el propio Papado.
En el año 861 fue elegido como máximo jerarca de la Iglesia al obispo de Porto, Formoso, quien era descrito como un hombre serio, austero e inclinado al rigor. Fue obligado a ceñir la corona imperial en la cabeza del rey de Germania, Arnufo.
Cuando Arnulfo se retira de Roma llegan Lamberto junto a su madre Angiltrude para descargar su ira contra el Pontífice, quien había muerto tiempo antes, lo mismo que a su sucesor, Bonifacio VI, quien reinó sólo quince días.
El trono de Roma fue asumido por Esteban VI, enemigo de Formoso, quien fue obligado por Lamberto y Angiltrude a mostrar contra el difunto Papa su crueldad. Mandó exhumar el cadáver de Formoso que ya tenía nueve meses de muerto.
Posteriormente fue arrastrado por las calles de Roma aún con las vestimentas papales. A la mitad de la basílica constantiniana lo sentaron y el hicieron un juicio público sin importar que el Papa juzgado estuviera convertido en carroña y apestando.
Se le hizo un juicio “corpore presente”, en que le preguntaban como si estuviera vivo y una persona más contestaba por él. Lo acusaron de todo y luego anularon su Papado y declararon nulas todas sus acciones. Le cortaron los tres dedos de la mano derecha con la cual bendicen.
Lo desnudaron de sus prendas íntimas y lo arrastraron por toda la ciudad. El juicio popular no terminó hasta que toda su osamenta perdió lo poco que quedaba de carne y comenzó a desintegrarse. Sólo así, la turba encolerizada azuzada por el clero, se sintió libre y lo arrojó al río Tibet.
Estos horrores los sufrió también Esteban VI, quien igualmente sufrió la ira del pueblo y acabó en prisión, donde los estrangularon.
Así, terminó el llamado Concilio cadavérico que ha sido uno de los tantos episodios bochornosos del catolicismo de un Papa que incluso, fue considerado como un obispo de «gran santidad y costumbres ejemplares», según el biógrafo Nicolás I, que incluso llegó a embellecer la Basílica de San Pedro con grandes mosaicos.