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Opinión

Salón Regio

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Daniel Fragoso Torres

Renacer de entre las cenizas


Lo declaro, en algún tiempo, la depresión y el lado oscuro de la vida me dominó. Fui, en el sentido de Fromm, un necrófilo. Pero también, solía pensar en que los seres humanos necesitamos héroes; hombres nobles con características extraordinarias que luchasen para que este mundo encontrara el equilibrio que necesita. Solía pensar en que todas las historias, desde el origen de los tiempos y los registros que de ellas han quedado podrían servir de ejemplo a hombres y mujeres para que pensaran en el motivo, las consecuencias y los efectos: no en el protagonismo y se convirtieran en pequeños héroes: semidioses de causas triviales que mejoraran en un efecto hormiga, y por ende en masa, la realidad de este fatídico mundo.

Y ahora que este año se está aniquilando, pareciera, para muchos, que quedan tan pocas fuerzas para pensar en que existe aún un aliento para cambiar lo que nos ocurre.
No son los dramas comerciales, ni el sentimentalismo de los muros grinch de la temporada, es el dolor que se respira en las noticias y en los diarios. Es la indignación. El hartazgo. Es ese nudo en la garganta que nos provoca, en ocasiones, sentir este malestar de que todo se va a derrumbar.

Es el desplome de los sueños. Es la inconformidad. Es la contradicción de desperdigar los recursos, de perdernos en la trivialidad. Son las horas en el reloj y el transcurrir del mundo en cascada.

Es la barbarie quien se apodera de nuestros torrentes sanguíneos y nos muta en intolerantes Mr. Hyde que nos defecamos en la gente, en hacer filas, en exigir todo de manera inmediata, como si fuéramos especiales, como si en verdad hubiéremos hecho algo que nos hiciera ser diferentes.

Es también la intolerancia a los demás: el no darnos cuenta que al criticar a quien no piensa igual que nosotros también ejercemos algún tipo de violencia.

Quizá ahora sea tiempo de dejar de pensar en la rabia de los días, volver a lo que Ernesto Sábato escribió cuando dijo que «el hombre no está solo hecho de desesperación sino de fe y esperanza; no solo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y amor. Porque si prevalece la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que este mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades».

Tal vez sea mejor comenzar a pasar página, dejarnos ir hasta que este mes se termine. Adscribirnos a los biófilos, amar la vida con sus contradicciones y sus múltiples problemas, demostrarnos que los catastrofistas fallaron. Arder hasta el final. Hacer una nueva lista de deseos y quizá comenzar de nuevo. Renacer de entre las cenizas que el fuego nos heredó.

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